Por qué el «Food Porn» triunfa en Instagram

Restaurantes, cocineros e instagrammers llevan una década explotando el apetitoso aspecto de la comida en sus publicaciones, habiéndose generado un término para acoger todas estas publicaciones: «Food Porn» o «porno de comida». Pero el idilio con este tipo de contenidos se explicaría por causas que llevan en la psique humana desde los albores de su existencia.
Desde que era cazador-recolector, el ser humano desarrolló un instinto para reconocer visualmente la comida más atractiva y nutritiva
Detrás de esa profusión de espectaculares preparaciones culinarias, o platos que provocaban un ansia insaciable por degustar lo que aparecía en las imágenes compartidas a través de la red social, se ocultaba tanto la promoción de restaurantes y cocineros que buscan clientes para sus negocios como el afán divulgador de viajeros gastronómicos e influencers de la restauración, todos ellos buscando enganchar a la audiencia generando cuantos más «me gusta» y comentarios mejor. El ideal era convertir en virales sus publicaciones y que fuesen compartidas por el máximo de usuarios posible.
Derivado de esta fiebre por mostrar la comida se han difundido infinidad vídeos y fotografías con las más espectaculares preparaciones y hasta han surgido chistes relacionados con la tendencia a fotografías (y compartir en redes sociales) la comida, priorizando incluso el aspecto al sabor. Casi se rozaba en ocasiones el comportamiento del personaje protagonista de la película «Mr. Frost» (Philippe Setbon, 1990), un Jeff Goldblum en cuyo jardín descubren 24 cadáveres y que tenía la costumbre de cocinar elaborados platos, fotografiarlos y después arrojarlos a la basura sin siquiera probarlos.
Los algoritmos que utiliza Instagram para ordenar, priorizar e impulsar los contenidos potencian aquellos en los que la comida muestra un aspecto único, distintivo y atípico, lo que ha impulsado las publicaciones vistosas y llamativas en las que, en muchas ocasiones, la comida era poco más que un accesorio entre tanta decoración y elementos de refuerzo. De hecho, en ocasiones incluso no se muestra comida verdadera sino auténticos trabajos de artesanía de materiales.
Un reciente estudio del Journal of Business Research ha examinado más de 10.000 imágenes de comida publicadas en Instagram procedentes de los 850 restaurantes con mayor calificación en el ránking de Eater.com. Analizándolas mediante Google Vision, al algoritmo de aprendizaje automático que extrae información relevante de las imágenes, ha determinado que se producía una mayor difusión en redes sociales si la imagen contenía comida con un aspecto lo más «normal» y «real» posible.
Con la peculiaridad de que se reforzaba un principio de la psicología evolutiva que indica que el ser humano ha evolucionado para reconocer visualmente la comida, encontrando más atractiva aquella comida que se percibe como adecuada para comer (por ejemplo, por su índice calórico). Un vestigio de la etapa del ser humano cazador-recolector que hace que simplemente con ver comida el espectador ya se sienta bien.
La sensación de bienestar que proporciona ver comida se trasladaría al comportamiento, lo que incrementaría la posibilidad de recibir «me gusta» y comentarios, o para satisfacción de los restaurantes, el impulso a consumir esa misma comida que se muestra en la publicación.
Con una media de dos horas diarias de consumo de contenidos en plataformas sociales, la frecuente presencia de comida permitiría estimular la sensación de bienestar en el usuario y, por este mecanismo ya explicado, se potenciaría el gusto por la comida percibida como «real» o «normal», es decir, desprovista de elementos de «espectacularidad» que, al otorgarles esa categoría de originalidad, llamaría la atención pero subconscientemente no despertaría el interés por «comerla».
Así, el estudio del Journal of Business Research habría mostrado un camino diferente a seguir para quien desee valerse de los mecanismos subconscientes, por lo que la evolución del «Porn Food», para conseguir maximizar el «apetito» del espectador debería potenciar los aspectos convencionales de la comida en lugar de buscar un «más difícil todavía» que resulta espectacular pero no despertaría tanto el apetito.